martes, 15 de enero de 2019

Amor... Ensayo para un réquiem

El amor, un concepto irremediablemente ambiguo capaz de confundir a las mentes más brillantes y de elevar a las más simples. Pero la realidad es que nadie conoce el concepto real de esta palabra de cuatro letras, principalmente porque nunca hemos recibido en la gran mayoría de los casos ningún tipo real de amor comparado con los demás seres humanos, y esto comienza a tomar forma desde nuestra niñez, al comparar la forma en la que otros padres tratan a sus hijos, ya sea de buena o mala manera, muchas veces como infante solo consideras que tus propios padres no te tratan como deberían y que deberían darte mucho más amor ya sea material o sentimental. Mientras más desarrollamos nuestras capacidades mentales al crecer, más nos dedicamos a atrofiar nuestros sentimientos buscando algo que nos complemente con una necedad inmarcesible, nos afanamos a relaciones llenas de superficialidad,  nos mentimos a nosotros mismos diciendo que nuestros frugales y adolescentes amores durarán para siempre, que nuestra vida se alejara y volverá solo por ellos y que jamás vamos a dar nuestro corazón al dolor inmisericorde del desprecio infernal... Pero cuando la arena de nuestros años medios termina de caer, nos damos cuenta en la gran mayoría de la ocasiones, que solo éramos víctimas de infatuaciones pseudo-infantiles que generalmente terminan por llenarnos de cicatrices, en el mejor de los casos, logramos realmente trascender el enamoramiento lunar y generamos un amor completo, un amor que como un dueto, armoniza de hermosas maneras a cada nueva nota que descubre, cuyos silencios, por muy sepulcrales que lleguen a ser, son necesarios para que la siguiente faceta de la melodía sea aún más impresionante, aún más perfecta, llena de giros, de armónicos y bajos sonetos compuestos por radiantes bemoles llenos de belleza y así muchas de estas sonatas llegan a sus notas finales con dulces tonos bajos, trinando como un fénix rogando que el tiempo se detenga, que lo vea resplandecer a su máximo par más de solo un mero instante que le resulta insignificante a todo el universo, y luego, se funde con las sombras en un silencio final, tan acorde a toda la obra que la audiencia frente al escenario queda estupefacta por unos segundos, tan asombrada de la perfección de la música que han presenciado con todos sus sentidos que les toma un momento poder mover nuevamente sus músculos para aclamar así al dueto.

En otras ocasiones la música creada por el dueto se transforma en una orquesta caótica, un arreglo feroce que no termina de definir absolutamente nada de ambos, y que permite que cualquier intérprete se sume al agigantado caldero de inmisericorde rabia que golpea de manera incesante los instrumentos, haciéndolos gemir de un dolor impotente, mecánico, lleno de ardientes metales disonantes que no hacen más que causar una aversión irregular en la audiencia a la cual le falta tiempo para salir corriendo de las cercanías en las cuales aún son capaces de escuchar el apocalíptico clamor del horrido llanto de los instrumentos, los cuales con sus destrozadas voces llaman a parar semejante tormento mientras oxidadas lágrimas caen como infinitos torrentes al suelo del escenario el cual manchado por la sangre de los intérpretes varios que han intentado apaciguar los movimientos originales, solo contribuyeron  a su fortissimo pináculo de autodestrucción con el cual logran incluso sin así desearlo cual colapso gravitatorio cuya infernal potencia arrasa con todo a su paso, llevándose incluso hasta los escombros del maltrecho escenario para dejar solo una estela de oscuridad impersonal a la cual no se puede mirar de frente por mucho tiempo, pues citando las sabias palabras de Friedrich Nietzsche, este abismo te regresara la mirada con una profundidad llena de odio y una frialdad glacial que será difícil de soportar y peor aún de negar, pues su poder puede llegar a corromper a muchos.

Y existen algunos casos muy especiales, composiciones tan particulares que el solo hecho de disfrutarlos por un segundo nos parece satisfactoriamente doloroso, nos envuelve con sus dulces notas flautendo, delicadas aves flotando sobre un dulce firmamento despejado; viajando sin temor a nada, el amor perfecto con el cual el corazón se hincha de gozo y flota como una delicada pañoleta ondeada por una delicada dama de la audiencia mientras escucha una dulce sinfonía que la hace sonreír, que la hace recordar aquel primer amor brillante de su niñez, ese que la acurrucaba en suave algodón azucarado para después arroparla con la calidez de sus brazos, pero de pronto hay un cambio, tan abrupto e inesperado que ninguno de los espectadores puede creerlo. Frente a sus ojos, uno de los miembros del dueto cae fulminado en la duela del escenario, tratando desesperadamente de aferrarse a su instrumento para arrancarle las últimas notas posibles, dando los últimos golpes al mismo para sonreír por última vez y así despedirse de su acompañante que, continúa tocando, pero la melodía deja de ser dulce, y se torna en un lánguido palpitar de sombras que abrazan los corazones de sus escuchas. Una macabra danza de tristeza que refleja su espíritu desgarrándose, retorciéndose de un agónico dolor que no puede expresar en su totalidad, aun poniendo todo su empeño en ello gritando con toda su alma, destrozando su espiritual voz tratando de alcanzar a su reciente amor perdido, aquel que cual estrella fugaz lo dejo en un instante después de haberse entregado ambos todo lo que tenían y mientras este nuevo solista clama por su acompañante en un solaz momento de agonía, el público llora sin darse cuenta de sus propias lágrimas, se enfocan de lleno en el concertista solitario frente a ellos, lo observan vaciar su alma y desnudar su existencia sin siquiera notar que ellos existen, pues para este nuevo solista el mundo ya no existe, y mientras más empeño pone a su trágica melodía, la sombría danza de la parca invisible se desata a su alrededor, la marmórea bailarina espectral centra su ciclónico movimiento en el que está creando este nuevo waltz de dolor, mientras comienza a verter todo lo que tiene sobre su instrumento, primero su alma comienza a correr seguida por sus lágrimas ennegrecidas por la carencia de más emociones, y cuando estas se terminan, sangre comienza a fluir de su ser. Su existencia fluye a través de las notas como si de un moribundo río se tratasen, y de pronto, todo se acaba, no hay nada más dentro de este vacío caparazón torturado por la tragedia, sin embargo sus manos aún se mueven y continúa tocando, incluso cuando los helados dedos  ya han sido tocados por la parca, aun cuando su último beso fue robado por la pálida dama, su cuerpo aún se niega a abandonar a su acompañante, y así, los espectadores después de darse cuenta de la gran tragedia, se retiran poco a poco, despidiéndose de ambos a lo lejos y dejando una sala de conciertos en la cual solo existe un único ser, que aun después de haber otorgado su último réquiem a la nada, continua distorsionado el silencio con las notas de sus derruidos sentimientos rotos.